Sala El Jardín de Molina de Segura

PRESENTACIÓN DE NOELIA ILLÁN

«Me hallaba yo hace unos días reflexionando acerca de esta Ginegénesis de Carolina Illán a la que asistimos hoy, y como siempre que he visitado estas instantáneas me venía a la cabeza la imagen de Cleopatra. Le daba vueltas a la frase “en el vino la verdad, en la leche la pureza”, y me era imposible apartar de mi cabeza la imagen de esa mujer casi de otro mundo, agarrada quizá a una copa de vino, seduciendo a sus comensales (ya fuere un César, ya un Marco Antonio), después de haber sumergido sus carnes en leche de burra. Luego pensaba en algunos artículos que va uno leyendo a lo largo de su vida sobre la reina egipcia, y esa necesidad de acabar con el mito que siempre la rodea. Discúlpenme si no cito las fuentes exactas, pero opero más bien de cabeza. Recuerdo estudios donde hablan de Cleopatra como una mujer “normal” (y digo normal con muchas comillas; no quisiera yo desatar hoy un conflicto feminista). Una mujer inteligente, pero no tan exótica. Una reina devorada por su propio mito, que sus enemigos incrementaban para justificar los hechos históricos. Dicen los entendidos en la materia que era de origen macedonio, que su piel no era tan oscura como el mito de occidente nos dice. Dicen -ellos aseguran saberlo, y yo no soy nadie para desmentirlo- que era sobre todo una reina preocupada por sus súbditos, que no era tan seductora como creemos, que todo era por salvar a su pueblo y sus intereses políticos de un imperio romano cada vez más poderoso, que era propaganda. Dicen que vestía de un modo normal, que no recibía a los hombres con ropas ligeras tumbada sobre una alfombra, que no se maquillaba tanto, que no los seducía. Dicen que, aunque fuera una mujer atípica en su época, la imagen de Cleopatra está contaminada de valoraciones subjetivas de los historiadores. Dicen que no murió por amor tras la mordida de una serpiente. Dicen que no se bañaba en leche de burra. No se bañaba, dicen, en leche.

Y ante ese intento de desmitificar a la reina del Nilo, de crear una imagen más real de todo un simbolismo femenino que ha perdurado siglos, yo me pregunto: ¿es necesario? Los mitos no son realidad, eso todos lo sabemos, pero los necesitamos. Dice el evangelio que no sólo de pan vive el hombre, y no puedo estar más de acuerdo. Echando un vistazo a ese maravilloso ensayo de “La necesidad del mito” de mi admirado Luis Alberto de Cuenca, no puedo dejar de pensar en que esos mitos de los que ahora huimos son los que precisamente responden a los enigmas del mundo, aunque esto parezca contradecirse. Sin mito no hay realidad, y sin la mujer no hay mito. El país q no tiene leyendas está condenado a morir de frío, dice el poeta. Por eso, cuando miro esas fotografías de la mujer sumergida en leche, pienso -y seguiré pensando- en Cleopatra. Simplemente porque lo necesito. La mujer es la tentación, es la desatadora de miembros, es el cofre donde se guardan los tesoros. Si hay algo que nos separa del resto de animales es esa necesidad de contar historias, de crear mitos que nos lleven a la inmortalidad de nuestra especie. Carolina lo ha hecho muy bien, y se ha aferrado a esa ritualidad que nos hace más auténticos. Sus fotos no son instantáneas, aunque usemos el término como sinónimo. Sus fotos son capturas de lo eterno, fotogramas de un mito que pervive hasta el fin de nuestros tiempos.

Por todo ello, les invito a ustedes a apostar por un mundo plagado de mitos que sobreviven a las modas, que recorren el tiempo y el espacio como verdaderos mojones del camino, mitos que ignoran las creencias de los severos estudiosos en la materia, que nos ayudan ante la angustia humana que nos asola en estos tiempos de la Edad de Hierro. Mitos, en definitiva, que nos permiten tener fe y vivir más seguros en este valle de lágrimas.»